INTRODUCCIÓN
En algún momento del siglo XX, la reflexión sobre la
felicidad dejó de interesar a los filósofos. Hubo algunas excepciones como
Bertrand Rusell y su La
conquista de la felicidad, o Alain y sus Propos
sur le bonheur. En general
los filósofos callaron y fueron otros, psicólogos y psquiatras primero, y
neurocientíficos, economistas y sociólogos después, quienes indagaron y
explicaron esa vieja aspiración humana, sobre todo a partir de la segunda
mitad de la centuria.
André Comte-Sponville, en 1984 obtuvo un éxito insospechada con su Traité du désespoir et de la béatitude (Tratado de la desesperación y de la felicidad)
que luego se ha extendido con otras obras, Mi punto
de partida fue restablecer la cuestión de la felicidad,de la vida buena, de la
sabiduría.
A través de Epicuro, Montaigne, Spinoza y otros pensadores, ComteSponville ha conceptualizado lo que denomina "felicidad en acto ", que consiste "en desear lo que tenemos, lo que hacemos, lo que es, lo que nos falta" añade el filosofo francés "Por eso podemos ser felices, y por eso lo somos a veces, porque hacemos lo que deseamos, porque deseamos lo que hacemos"
Javier Sádaba publicó Saber vivir, del que se lanzaron varias edicciones, sus reflexiones lo llevaron a distinguir la "buena vida" de la "vida buena".
La primera esta vinculada a los placeres inmediatos.
La segunda es una aspiración que se alcanza a través
de la moral y la ética.
Para Sádaba, es lo que da sentido a la vida: la obra de arte por excelencia a la que podemos optar los humanos.
S.XVIII: EL DERECHO A LA
FELICIDAD
Kant
nos afirma que no se puede determinar el concepto de felicidad y por tanto que
solo se puede obrar, dar consejos empíricos como por ejemplo una dieta, para
ahorrar…
Una
reflexión que no hicieron suya los ilustrados franceses, que convirtieron la
satisfacción y el bienestar personal en un arte de vivir. Pero no solo
razonaron sobre cómo maximizar el placer y minimizar el dolor, también
convirtieron la felicidad en un objetivo político.
El
objetivo de la sociedad es la felicidad común. Unos años antes, en 1787,
ilustrados norteamericanos como Thomas Jefferson y Benjamin Franklin ya habían
establecido en la Constitución de Estados Unidos el derecho de todos a la
búsqueda de la felicidad.
En
el s. XVII la felicidad pasó a formar parte de
una senda liberal, junto con la realidad mercantil que comenzaba a tener
importancia en la sociedad.
El
filósofo, Thomas Hobbes decía que: “la felicidad de esta vida no consiste en el reposo de una mente
satisfecha, porque no hay ningún finis ultimus o sumum bonum (Bien Supremo) tal
como se apunta en los libros de los antiguos filósofos morales.”
Este
filósofo inglés entiende la felicidad como un proceso continuo del deseo.
Más
tarde otro filósofo, John Locke negó que existiera un Bien Supremo para
alcanzar la felicidad ya sea la virtud,
la contemplación o los deleites físicos.
Locke
decía que los hombres pueden llegar a ser felices disfrutando de las cosas que
se encuentran al servicio de la vida: “La salud, la comodidad y el placer”,
pero manteniendo la esperanza de que
cuando acabe esta vida se comienza otra nueva.
Esta
idea continuo en el siglo siguiente con los ilustrados escoceses: David Hume y
Adam Smith los que defienden que el mundo es un lugar feliz en el que la virtud
es placentera y los seres son sociales por naturaleza.
El
pensador Inglés Jeremy Bentham sostuvo que la medida de lo correcto o
equivocado debería ser “El mayor bien para el mayor número de personas.”
Este
precepto se desarrolló en el s. XIX en el “utilitarismo”, realizado por John
Stuart Mill y supuso un gran alcance, pues hizo que la filosofía de los estudios científicos sobre la
felicidad del s. XX.
Con
la llegada de la Ilustración se piensa que la felicidad se alcanza a partir del
placer y del juego y comienza a darse menos importancia a la eudemonía clásica
de Aristóteles y su visión transcendental. Según Claude Adrién Helvétius
afirmaba que el infierno ya no existía y que el cielo estaba en la tierra.
Barón d’Holbach proclamó que lo único que impedía la felicidad era la
ignorancia. Émilie du Châtelet creía que
había que dejarse llevar por las ilusiones, porque los placeres dependían de
ellas.
LA DOBLE
CARA DEL PROGRESO.
Este fragmento trata sobre que la felicidad
se extendió rápidamente, que se atribuye generalmente a la mejora de las
condiciones de vida y la libertad que se generalizaba, y escrito por Rousseau.
A LOS 38
AÑOS.
Este
fragmento trata sobre que a los 38 años Michael de Montaigne, se retiro a vivir
al castillo que llevaba su nombre en la Dodoma Francesa, para alejarse de las guerras de religión que
ocurrieron en Francia en el siglo XVI, durante ese periodo de tiempo escribió
unas memorias sobre su vida en las que aparecen los hechos más relevantes e
importantes de la vida de Montaigne.
ATENAS ALLUMBRA LA FELICIDAD
Todas
las reflexiones sobre la felicidad parten de la Grecia del siglo v a.C., cuando
se produce el denominado milagro griego y la democracia ateniense instaura
espacio de libertad. Los griegos llevaban entonces tres o cuatro siglos
repitiendo con Homero que los hombres eran las criaturas mas desdichadas de la
tierra porque estaban sometidas al capricho de los dioses y a un destino
inexorable que no podían controlar. Platón ideo una república gobernada
coactivamente por los filósofos para promover las verdaderas justicia, verdad y
felicidad, que sirvió de inspiración a modelos utópicos posteriores.
ROMA: LA
FELICDAD TERRENAL
Roma
dio continuidad al legado griego, al igual que la escuela estoica del griego
Zenón que proclamó que el hombre feliz es el que se conforma con su suerte.
Pero sería Horacio, que vivió unos años antes que Séneca, quien recogería con
más amplitud o eclecticismo los ideales griegos. El poeta romano mezcló en sus
recomendaciones para ser feliz la autosuficiencia estoica, la discreción
epicúrea y la regla del término medio de Aristóteles, y alentó a vivir bajo la
máxima Carpe Diem.
CRISTIANISMO:
LA FELICIDAD ESTÁ EN EL CIELO
Todo
ese mundo se vino abajo con la llegada de la fe cristiana, que trajo consigo,
que todos los hombres son iguales. Sin embargo esa fe postergaba la felicidad a
una recompensa en el Cielo. El Pecado Original nos condenaba a una vida de
tormento. Esta concepción se impuso a partir del siglo IV y no sería modificada
hasta mil años después.
Pero
el mayor cambio llegaría con la Reforma de Martín Lutero, quien profundizaría
en las naciones de predestinación e introspección presentes en San Agustín para
trasladar la responsabilidad religiosa de la Iglesia a la conciencia
individual, algo que tendría grandes consecuencias religiosas, filosóficas y
políticas. En Lutero, el mundo sigue lleno de sufrimiento, pero valora lo que
nos aportan los pequeños placeres terrenales y pide a los cristianos que sean
alegres.
El
pensamiento se fue haciendo laico y libre, y la felicidad volvió a estar en el
centro de las preocupaciones filosóficas.
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